Despedirse y No Morir en el Intento.

      Algunas solitarias gaviotas alzaban el vuelo entre las nubes pálidas que adornaban el cielo del malecón. En aquella calle llena de cafés y librerías habíamos decidido pasar nuestras últimas horas juntas, sentadas contra el muro de rocas grises acompañadas tan solo de una guitarra, un cuaderno y una barra de chocolate. Los acordes de la guitarra se sumaban al crujir de las olas que rompían y nuestras voces soltando versos y rimas al azar. De esta manera las páginas del cuaderno se acababan y las horan se acortaban poco a poco. 
      Había logrado olvidar mi pena y hacerle caras extrañas a la cámara frontal como si nada ocurriese. Mi teléfono se llenó de nuevo de fotografías con distintos efectos tomadas de todos lo ángulos posibles, y con cada una, las risas descontroladas afloraban de nuevo. Nuestra gran barra de chocolate se acabó y, sin darnos cuenta, nuestro tiempo también. La bocina de un auto del otro lado de la acera interrumpió nuestra canción y ambas giramos para encontrarnos con lo que menos deseábamos. 
      "¿Tienes que irte ya?" Preguntó ella y asentí con una leve sonrisa. Cerré el cuaderno y me levanté con él bajo mi brazo, pero ella protestó y lo arrebató con la excusa de que así tendría una razón para volver. Una vez que estuvo de pie nos fundimos en el abrazo más sincero de todos, y sin poder evitarlo lágrimas escaparon de mis ojos. 
       "No te preocupes, nada va a cambiar; sabes demasiado," sus palabras me dieron una razón para volver a sonreír por toda la verdad que cargaban. 
      "Aún tenemos una canción que terminar y una gira que realizar," le respondí. Ambas reímos y la bocina del auto cada vez más insistente volvió a perforar nuestros oídos. "Hasta luego," susurré.
      Me separé por fin y crucé la calle sin mirar atrás. Entré al auto con desesperación y antes de que éste pudiese avanzar, vi cómo mi mejor amiga recogía su guitarra y miraba al vacío con una débil sonrisa. Esperaba que comenzase a llover, como ocurría en las películas y libros, pero la única lluvia que cayó aquella tarde fue la de mis ojos.

Comentarios

Entradas populares