Te creí cerca cuando más lejos te tuve.

Te regalé mi cariño, mi paciencia, y mi consuelo. Leí tus cartas y poemas con ilusión y recibí tu dolor entre mis brazos con calidez. Me preocupé por ti, busqué maneras de ayudarte y de que nuestros cuerpos se encontraran. Cada día que pasaba se acercaba nuestro momento, cuando por fin me mirarías a los ojos y acabarías con ese infinito deseo de besarte.
Pero antes de que aquel día llegase tu amor se había esfumado, aquello que tantas veces habías jurado en tus cartas se había marchado de la misma forma en que llegó. Lo más doloroso no fue perderte, sin embargo, sino tu indiferencia ante lo que hiciste. Reuní todas mis fuerzas para no lastimarme sin razón una vez más y poder sacarte de mi vida cuanto antes, por más fuertes que fueran mis palabras.
Conseguí olvidar lo que tus versos significaban para mí y lo que tu sonrisa me causaba; pero nunca conseguí olvidar tu silueta, que aún se cuela por mis sueños, ni las cosas que me enseñaste. 
Ni que siempre te creí cerca cuando más lejos te tuve. 

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