Decir Adiós.
Lo más difícil de este proceso es decir adiós. Sobre todo cuando lo que menos quieres es despedirte.
Yo no quiero abandonar estos recuerdos.
No quiero decirle adiós a sus abrazos que tantas veces fueron mi soporte.
No quiero dejar de escuchar sus palabras, cuyo significado siempre he valorado.
No quiero renunciar a sus risas contagiosas.
No quiero olvidar cuánto me soportaron aún cuando ni siquiera yo podía hacerlo.
No quiero despedir el apoyo que tantas veces me otorgaron sin pensarlo.
No quiero decirles adiós.
Pero los recuerdos duelen más de lo que alegran: cada memoria se convierte en una punzada en el corazón, y cada vieja fotografía es una lágrima derramada.
Aún así sigo sin poder decir adiós.
Es difícil no envidiar los grupos de amigas que veo caminar despreocupadas. Solíamos ser así: no nos preocupaba lo que fuera a suceder después, pero desde entonces ya no podíamos ni pestañear. Temíamos que al hacerlo todo acabaría, y antes de darnos cuenta las sonrisas sinceras se habían vuelto forzadas con la inocente intención de no arruinar el momento. Algunas frases se quedaban atrapadas tras nuestros labios, nerviosas de mencionar lo que ninguna quería oír.
Porque ninguna quería decir adiós.
Es difícil no envidiar aquellas que tienen a sus amigas a cada lado, que pueden recibir un abrazo y una mirada con tan solo pedirlo; aquellas que no deben preocuparse porque la situación de su país les arrebate lo que más quieren en un abrir y cerrar de ojos.
Las que no saben lo que es decir adiós.
Yo sigo sin atreverme a pronunciar esa palabra, porque decir adiós significa olvidar, y no, no estoy preparada para olvidar.
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