Palabras cual café.

Juro que intento escribir poesía romántica e historias dulces. Juro que trato de describir al mundo con la pureza que lo caracteriza. Créanme cuando digo que intento hacer al amor inocente mi protagnista, y a los adjetivos suaves mis aliados. Créanme porque es cierto, pero también créanme cuando insito en cuánto cuesta evitar que el lado oscuro de mi mente se cuele entre mis palabras. Entiendan que el arte no es como las hadas, que nacen únicamente de risas inocentes, sino que es concebido cuando el corazón es roto. Comprendan que robar una sonrisa con versos es mucho más fácil que sacar lágrimas, por lo que, como fiel defensora del poder positivo que tienen en nuestras almas, conseguirlas es mucho más valioso que conseguir una sonrisa.
Entiendan, además, la necesidad de mi mente de liberarse. Entiendan que así como es dependiente del primer sorbo amargo de café todas las mañanas, le cuesta independizarse de los adjetivos sombríos. Así como el cielo necesita oscurecerse y descargarse con lluvia para formar un arcoiris y embellecer nuestros jardines, mi alma se llena de esas temidas emociones grises para crear historias que provoquen escalosfríos y sonrisas al mismo tiempo.
Por eso les recuerdo: cada mañana que intento aclarar mi café añadiendole leche y más azúcar, termino convencida de lo dependientes que son mis venas del café oscuro; y cada vez que intento escribir versos rosas, me doy cuenta de lo dependiente que es mi alma de las palabras grises.

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