Ellas También Hacen Música

             El frágil rayo de sol opacado por las nubes penetraba en la habitación por una pequeña abertura de la ventana, iluminando tan solo el piano de cola negro que la ocupaba. A excepción de su respiración, en aquel lugar no se escuchaba más que el vacío que sigue al silencio absoluto. El cuerpo de Charlotte descansaba en las piernas de Lucía, siendo estas víctimas de las lágrimas que escapaban de sus ojos mientras ella le acariciaba despacio los rizos negros.
            -Cuéntame –susurró su amiga por fin.
            -Lo hicieron de nuevo Lucy, escupieron en mi cara todos mis errores y todos mis defectos. Cuando llegué a casa y me vieron llorar, lo único que recibí de los labios de mis padres fue un “Puedes lidiar con eso, Charlotte. Además, solo bromeaban” –hizo una pausa prolongada y esbozó una leve sonrisa-. Decían que estos serían los mejores años de nuestras vidas, y en lugar de sentirnos libres como contaban, somos pequeñas moscas chocando contra las paredes de un cubo de vidrio –agregó recibiendo una risilla como recompensa.
            -¿Qué te apasiona más que nada, Charlotte? –inquirió Lucía observando con detenimiento las finas e impecables teclas del instrumento de cuerda ante ellas.
            -El piano, definitivamente. ¿Por qué?
            -Muy bien. Entonces debes saber que la vida es como uno de ellos, hay teclas blancas y teclas negras, momentos de alegría y momentos de dolor, pero sin las teclas negras…
            -No puedes hacer música –concluyó con una sonrisa, se levantó del suelo y recostó también su cabeza de la pared.
            -Exacto. ¿Y qué sucede cuando quieres hacer un dueto? –volvió a preguntar sin siquiera mirarla.
            -¡Es muy difícil! Muy pocas personas lo tocan de la misma manera, cada quien tiene su estilo y es complicado encontrar compatibilidad a la hora de  tocar –aquello causó otra sonrisa en la morena a su lado, satisfecha por haber obtenido la respuesta que esperaba.
             -Lo mismo aplica en las amistades, ¿no lo crees?
            Pensó unos segundos en aquella respuesta, realmente tenía razón; ninguna de las dos tenían un extenso grupo de amigos, eran tan solo cuatro quienes lograban provocarle las carcajadas más fuertes y otorgarle los recuerdos más hermosos, quienes levantaban su ánimo incluso en los peores días y quienes se mantenían siempre a su lado sin importar qué. Su mirada cayó en el piano que tanto adoraba y una gota de alegría invadió su corazón, sin darse cuenta, una sonrisa se formó en su rostro y sus pupilas se dilataron.
            -Tienes razón –respondió minutos después-. Porque cuando eres niño los amigos te ayudan a superar el temor de los monstruos bajo tu cama, y cuando crecen, son ellos mismos quienes te ayudan a combatir los monstruos en tu interior.
            Su amiga la miró con una mezcla de orgullo e ilusión en su mirada y sonrisa.

            -¿Lo ves? Es eso lo hermoso acerca de esta etapa que tanto nos mencionaron de pequeñas.

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